miércoles, 6 de julio de 2005

Huellas





Registraba en su piel cada textura que lo paralizara. Con su tacto elegía los recuerdos a conservar y decidía cuánto espacio darles sobre ese mapa de mosaicos que había fabricado. Los sentía a cada instante; era capaz de concentrarse intensamente en uno, al menos para comprobar si su memoria aun guardaba el momento en que fue grabado. Su colección variaba estrambóticamente desde el hombro de su primera amante hasta el pavimento de una calle profunda, donde nunca supo regresar.

Banalmente sentimental y quejumbroso, no podía acostumbrarse a borrar. Ni siquiera los besos ajados que anteceden a los precipicios. No tuvo más alternativa que comenzar a encoger las celdas donde acumulaba esos escalofríos; pronto la red geométrica se transformó en un conjunto de puntos que dibujaba una figura abstracta y en la que era por demás complicado aislar una sensación. Confundió, apenas sospechando que son lo mismo, la saturación con el vacío. Evitó la gastada salida del amor; prefería mejores promesas.

Hace algunos meses cerró los ojos ante la noche, enfrentó desnudo el frío, el viento, la intemperie, y dejó que toda su sonata solitaria de dagas huyera.

Por eso ahora lleva un rostro cansado y una expresión gélida.
Por eso ahora las que caemos en sus ojos intentamos rozarle los dedos, para adivinar un brillo en la mirada, un comienzo de sonrisa, un indicio de duda.