viernes, 27 de octubre de 2006

Casi nada

"The only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing..."
Jack Kerouac



Tan sólo pretendo de vos una palabra -dos o tres a lo sumo- que me oriente en esta rosa de los vientos que gira continuamente y no me deja mirar, que me cierre los párpados con un segundo macizo de luz, que le cante a todas mis flores muertas, que me bañe de una certeza falaz pero sincera, para decidir, entre las sombras decidir, la ruta para naufragar.


Tan sólo quiero de vos una palabra -cuatro o cinco a lo sumo- que me despierte de esta siesta de verano que duermo bajo mis soles, que me obligue a gritar mi respiración, a contener la mirada blanda que pongo sobre las cosas que no me rozan, que me diga el valor secreto de los silencios que escondo, que me quiebre la conciencia y rearme mis desvencijados recuerdos.


Tan sólo necesito de vos una palabra -seis o siete a lo sumo- que desbarate estas arterias lúcidas que me espantan y me dominan, que fulmine los cimientos tan seguros y cobardes que anidan bajo mis pies, que corrompa mis deseos, mis anhelos, toda mi estructura de certezas. Una palabra -ocho o nueve a lo sumo- que sepa doler y sepa curar, que juegue bajo el manto que me separa de todos, que sangre, que se diluya mientras duermo, una palabra -las que quieras a lo sumo- que me mire, que me defina, que me espante hasta el ahogo, hasta la duda, hasta la sonrisa.

La pena de espaldas


Cada gota de ácido va cayendo despacio, premeditadamente, dentro de sus huecos más sensibles.
Cada uña se le afila en la piel, cada lágrima se le agolpa en el alma, como si aun pudieran doler.
Supuso mal que bajo su pecho frágil se asomaba la fortaleza para hacer frente al viento y todos sus malos modales, pero no va a gritar en el medio las voces que sólo pueden susurrar consuelos. Aun con todo ese bagaje de espinas, que le cuelga de las pestañas, le alcanzaría con un gesto ajeno que llegase a comprender, que no se disfrazara de pena o de anzuelo.
Ya no tiene, ni necesita, la esperanza -improbable y dócil- del salvataje improvisado de una mirada.