miércoles, 19 de octubre de 2005

La sonrisa sangrante


Eso que golpea, que martiriza, hiere y resucita. Eso que se burla del atormentado, que ahoga en un mar de delirio salado y puñal agridulce. Lo indefinible, lo ausente pero visible, lo perceptible, lo orgásmico, lo sensitivo, la belleza. La belleza, digo, y la noche florece desvaída y usada como un sustantivo que se alquiló sin gloria, pero que aun tiene esencia y se alza entre el gris civilizado; como lo incorrumpible, como lo que nunca pudo ser manchado, como la mezcla inasible de reminiscencias oscuras y cambiantes, como lo que nunca fue pero casi. La belleza definida como creación de ella misma. Parece bello lo que deja entrever una belleza dinámica; parece bello lo que revela una esperanza de que la belleza no se extinga, aunque su influencia se diluya en el tiempo y el dibujo alguna vez quede terminado. La belleza se reconoce a sí misma, destila los sentidos de quien la padece para nacer una vez más, una primera vez más; huye hacia los rincones pueriles y humillados, realza espíritus corroídos y sobre todo, colma de belleza lo que es capaz de producirla o percibirla febrilmente.Por eso, si todo es mentira y si nada quedará de este cúmulo de huesos y piel. Si todo tiene como fin la desaparición, la vida aun tiene sentido por lo medianamente bonito que hemos alguna vez creado (si la suerte consintió nuestros caprichos) o robado en sucesivas admiraciones a monumentos aullantes de gozo.

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