lunes, 2 de enero de 2006

Nocturno a un sonámbulo

De los graffitis capturados, de inusual complejidad y belleza.

Él abre los ojos como si nunca hubiera parpadeado. Atrapa el aire en una mano y desata los vientos de una botella a medio caer. Sonríe, como han sonreído los mares bajo la lluvia, como los ojos en el desvarío de la tinta y las lágrimas. Él mira a su alrededor sin abrir su equipaje de aserrín y latidos, sin coleccionar las miradas que lo turbaron, las auríferas risas que lo acarician de noche.
Él tiende al desasosiego y a la cornisa, al apocalipsis cada madrugada, al suspiro colmado de magnolias, al corazón agrietado y teñido de luz. Camina sus malabares en miles de pequeños intentos de conseguir la indómita señal de las nubes, lo que lo incite a regresar al desierto o a la frotera que ha cruzado hace tiempo, hace tantos desengaños y tantos poemas. Ha confabulado con la lluvia, con la arena mojada, con las olas del agua nocturna que le prohíbe dormir mientras canta. Ha sido poeta, amante, canalla de luto, suicida, asesino de espejos, paseador de gaviotas, ha expuesto sus raíces al viento y al calor, ha visto rodar el sol por sus brazos, ha dibujado milagros con las estrellas.
Le ha robado un lirio a cada tormenta y su crisálida a cada aliento.
Conoce la vengativa fiebre de las sílabas en mal orden y el pavor de la medianoche en la nuca, cuando el sudor es imposible de secar. Lo roza el continuo escape, desde su piel hacia el perpetuo desvarío o hacia las piernas de una mujer que oxide su estuche de viaje, el eufórico yelmo que patea por las avenidas.
Mientras tanto, escribe su río de imágenes, estrujando el alma arrugada y brillante.
Mientras, sus sueños le clavan púas en las rodillas, en un ritual de ira y plegarias. Siente los besos en su frente que le susurran pulidas sonrisas. Suele correr detrás de esos delirios que le sugieren los corazones desafilados, hundirse en los matorrales perdidos de la razón y su propio misterio, y respirar len . ta . men . te cruzando un puente de escarcha, tan improvisado como necesario.
Mientras, él abre los ojos. Y los abre como si nunca antes lo hubiera hecho.

Rodaje de un aleteo



Las palabras que bordan las cicatrices de las nubes,
las hojas alborotadas, el delirio encapsulado
en el atardecer, en el silencio de las sirenas,
en el viento incandescente.
Ese vendaval cruza el pecho, llueve añicos en los pies,
agita el parpadeo, libera su voz y congela este alarido.
Si lo miro a la distancia, es detrás del hipnótico velo,
detrás del espejismo que lo busca y nos aísla.
Lo observo agudizar los sentidos del otoño,
beberse el sol de las noches,
palpar el contorno de las miradas,
comandar metálicas revoluciones.
Es una sombra con gusto a insomnio,
a batalla latente, a explosión de certezas,
que camina entre los ríos improbables de la oscuridad
que nos paraliza
y nos crea.