viernes, 27 de octubre de 2006

La pena de espaldas


Cada gota de ácido va cayendo despacio, premeditadamente, dentro de sus huecos más sensibles.
Cada uña se le afila en la piel, cada lágrima se le agolpa en el alma, como si aun pudieran doler.
Supuso mal que bajo su pecho frágil se asomaba la fortaleza para hacer frente al viento y todos sus malos modales, pero no va a gritar en el medio las voces que sólo pueden susurrar consuelos. Aun con todo ese bagaje de espinas, que le cuelga de las pestañas, le alcanzaría con un gesto ajeno que llegase a comprender, que no se disfrazara de pena o de anzuelo.
Ya no tiene, ni necesita, la esperanza -improbable y dócil- del salvataje improvisado de una mirada.

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