lunes, 24 de abril de 2006

Único ladrillo ileso

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Un día lejano y sin registros la música se le agolpó en la piel.


Otro día, o quizás el mismo, su mirada despertó al retiro y a la lluvia.


Hubo alguna vez un minuto en que sus manos nadaron en tinta y comenzaron a frecuentar un territorio infinito, hecho de espirales superpuestos, de vientos ruidosos, de eclipses que sonreían debajo de la primera palabra.


De a poco, cayendo en la madeja de estrellas, se le hizo costumbre la llaga serena, ser relámpago, ver la ira que hace brillar al sol.


Durante un ocaso violento, concentró la tibieza atada en sus ojos y supo que hoy también es un lugar.


Una noche desierta contruyó un barrilete de colores, con un larguísimo cordel, del que tira para indicar, sutilmente, su presencia a las ninfas.


Y hubo una noche luminosa, desapercibida entre las sombras, extranjera y despiadada, en que me miró desde su silencio, sus cuerdas y su esperanza.

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